lunes, 20 de octubre de 2008

la vuelta


"Madre mía, ¡que mareo!"
No se dejaba de repetir con un reiterante tonillo a beata a sí misma desde hacía 3 minutos que vio el cartel de Bienvenido…como si aquella cantinela, por obra y gracia del Santísimo, fuese a quitarle las ganas de devolver…

Hacía más de unos años que no volvía al pueblo y ahora, después de saber lo que sabía, había decidido regresar.

Los veranos en su pueblo habían acabado teniendo, para ella, la imagen de película antigua, que en su momento fue un boom de frescura, originalidad y colores vivos y jugosos pero que ahora se le antojaban anticuados, arcaicos y donde los niños y jóvenes que poblaban y protagonizaban sus minutos no eran los idóneos…los que de verdad tenían que estar pasando las noches luminosas de farolas anaranjadas en el atrio de su pueblo eran ella y sus cambiantes amigos…

El verano en su pueblo era como si durante unos meses la vida, rutinaria bajo el brasero invernal, se volviera callejera y lineal…Las mujeres con batas azules de flores de colores imposibles y salvajes se sentaban en sillas de mimbre con patas cortas en las puertas de sus casas a oscuras junto a sus maridos silenciosos de pantalones cortos sujetos con tirantes de campo conversando.

Recordaba como al pasar por su calle escuchaba fugazmente las conversaciones que mantenían.Hablaban de vecinas deprimidas, de crisis económicas y su reflejo en el chope y la mortadela, de bailes del franquismo, de familiares problemáticos, de ósculos perdidos y robados de antaño y embarazos no deseados; hablaban de remedios, de lo humano y no de la divino mientras el ras de los abanicos acompasaban las conversaciones como metrónomos rurales.

Recordaba como olían esas noches…olían a pueblo, a patios de atrás regados con las macetas tintineantes por las gotas que bebían con la boquita de piñón, olía a tortilla francesa, a naranjos cuajados de hojas adalmatadas de mangria que malvivían por las ruas de aquel pueblo, olía a terrazas de bares de barrio con sillas rojas agujereadas donde ella había pasado media infancia, olía a aceitunas y cervezas que reposaban en las barras de latón que las bayetas tristes acariciaban buscando sacar su brillo natural, olía a matrimonios que salían a andar encontrando en ese paseo diario una cura a su eterna relación…olía a su pueblo, olía a su abuelo en el patio con su cerveza y sus lascas de chorizo finísimas con pan cortado milimétricamente…

Volvía a su pueblo, no tenía ni pizca de gana porque se había acostumbrado al olor a alquitrán de la ciudad pero había sabido que los vencejos que cuajaban las noches arboladas del atrio de su pueblo habían desaparecido y no podía imaginarse las noches sin el intermitente chillido de esos pájaros envidiosos de las golondrinas…


estoy aprendiendo a liberarme de mis miedos pero a veces cuesta mogollón...son como transistores que se encienden en la cabeza y van a pilas así que a esperar a que se acaben...o encontrar el botón de off...

Lo que no significa que escuche voces raras de esas...o sí?

martes, 7 de octubre de 2008

quiero


quiero...
Paseando de nuevo contigo, compañero, encontramos esta pared donde alguien, en un giro de lucidez extrema, expuso para todos los públicos algo que en una tarde de mayo caliente y llena de vencejos leyó sintiendo que otro alguien, allende los mares y hace ya algunos pocos de años, había escrito lo que él quería hacerle a uno o una susodicho o susodicha…

Y me acordé de este cuento de Galeano…

En la selva amazónica la primera mujer y el primer hombre se miraron con curiosidad. Era raro lo que tenían entre las piernas.

- ¿Te han cortado? —preguntó el hombre.

- No —dijo ella—. Siempre he sido así.

Él la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga abierta. Dijo:

- No comas yuca, ni plátanos, ni ninguna fruta que se raje al madurar. Yo te curaré. Échate en la hamaca y descansa.

Ella obedeció. Con paciencia tragó los menjunjes de hierbas y se dejó aplicar las pomadas y los ungüentos. Tenía que apretar los dientes para no reírse, cuando él le decía:

- No te preocupes.

El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en una hamaca. La memoria de las frutas le hacía agua la boca.

Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la floresta. Daba saltos de euforia y gritaba: - ¡Lo encontré!¡Lo encontré! A

cababa de ver al mono curando a la mona en la copa de un árbol.

- Es así —dijo el hombre, aproximándose la mujer.

Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían vapores y fulgores jamás vistos, y era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.

Eduardo Galeano, “Amares”.


Foto de un amigo de la amiga de la mi hermana...

Sólo resuena Ivan Ferreiro en mi cabeza…y tu voz de por las mañanas antes de irte…y mi risa...

Música:espectáculo...


querida frida...


Sé que duele, sé que duele mucho.

Sé de la impotencia de no poder hacer nada, de no querer hacer nada para empeorarlo todo, de no poder evitar hacer lo que haces por ese maldito instinto primario que nace en el hueco que queda entre la caja torácica y la columna vertebral, ahí donde se guardan los deseos más deseados, las ambiciones más egoístas, los pensamientos más secretos y llenos de tabúes personales; y no poder remediarlo por sentirte mareada de la espiral de culpas y orgullos que retrasan las risas.

Sé de tu variabilidad, de tu asombro in crescendo, de tus risas y llantos, de tu mordedura de labio hasta dejar tus dientes, que se quitaron la inocencia láctea hace ya algún tiempo, serigrafiados en ellos.

Sé del sabor metálico que se mezcla en tu boca con la saliva como en un mortero dejando que los miedos se cuelen por las muelas del juicio, sé del dolor de tragarte las ganas de ser “lágrima floja” que se juntan en la boca del estómago al pensar “y si…”.

Y sé cómo cuesta subir la escalera que lleva a lo alto del trampolín, aún teniendo un vértigo bestial, para poder frenar en seco al joio saltador con bañador de lágrimas que se prepara al borde del ojo a punto de andar por las pestañas para lanzarse a bomba en la piscina de tus pómulos… para poder frenarlo porque te has quitado por fin todos los miedos que no te dejaban quitar la aldabilla de la puerta del corral y que entrara aire fresco en tu corazón…y volver a sonreír como antes…

Todo eso lo sé…pero hay gente que nace, Frida querida, para amar y otras para ser amadas; y aún no sé dónde es mejor nacer…o si nacemos en ambos lados y nos intercambiamos incubadoras…

Esto lo escribí hace mucho mucho…cuando no sonreía todos los días…

no puedo describirme...