lunes, 8 de febrero de 2010

El viajero


Sacó su queso envuelto en papel de carnicería, ese papel que parece que entró en depresión posparto y nunca más ha recuperado la lozanía de su piel grisácea, y con su navaja de la comunión cortó la corteza vieja que lo delimitaba como un perfilador de labios y lo acompañó con un movimiento bracil que se asemejaba al de los bandoleros comiendo manzanas…
El traqueteo del tren lo hacía incorporarse hacia delante como si un masajista le estuviera dando un masaje improvisado en sus hombros protegidos con la caraza de unas hombreras anoréxicas, como si su estómago se hubiera enamorado de su columna y tirara para dentro en busca de un beso medular...seguía comiendo queso al que acompañaba con pequeños pellizcos de una magdalena de horno eléctrico que se despojaba de migajas que caían sobre la cara de un futbolista de cuché…
Una vez hubo terminado su banquete ferroviario, dobló cuidadosamente el periódico de hule y lo guardó como oro en paño en su bolso de viaje de cuadros marrón, se limpió la boca sin labios por el paso del tiempo y por tantas conversaciones de allí salidas y, de su mano seca y de uñas duras y casi de madera, sonó una melodía de raspador que se fundió con la voz femenina que anunciaba que la estación acaba de asomarse por el horizonte.
Yo me bajé en una estación llena de lluvia y lo dejé bebiéndose un zumo de manzana que morreaba como a su querida ya perdida…