jueves, 17 de septiembre de 2009

El de la Mari Carmen.


No hablaron en todo el día, no necesitaban hablar…aunque en realidad lo que les pasaba es que les molestaba hablarse porque se veían en el otro…no necesitaban hablarse para saber que no se caían muy allá…no necesitaban decirse a la cara lo que sabían que pensaban el uno del otro por miedo a herirse cada uno con palabras que los describían a los dos igual.

Él ya era mayor y había conocido a demasiados tontolavas como para no percatarse que ésta iba a ser otro, otro al que se le había ido de la mano lo que sentía por su Mari Carmen y que to´ciego del calentón que le había dao, le había metido la zarpa por debajo de la falda y se había quedao ofuscao perdío por lo que había sentido.

Él sabía que era un hombre normal, ni tonto ni listo, con callos en las manos de coger el algodón, con olor a sudor, tabaco y colonia de droguería, con bigote negro y mal recortao con tijeras que no cerraban, con camisa blanca con los puños roídos y pantalón de pana desgastao por las rodillas de agacharse a recoger el paquete que casi siempre se le caía (se ponía nervioso cada vez que veía un cura...a su padre lo delató un puto cura facha y le dolía la garganta cada vez que veía uno pues las lágrimas comenzaban a subir por el estómago de la rabia hasta llegar a la boca para llenarse de insultos y salir por los ojos clavándose en los del cura…); era un hombre normal, ni bajo ni alto, ni gordo ni flaco, trabajador, callao y rumiante, no le gustaba la política esa que hacían ahora, se reía en silencio, jugaba a los dados en el bar del Molino, jugaba como si odiara a la mesa, como si fuera el cura quién estaba en el tapete, llamaba con una voz a Paco pa que le sirviera un chato de vino y se acercaba con dos pasos a la barra de chapa con olor a bayeta, a vino, cerveza y aceitunas, palillo en boca hasta que sus brazos se dejaban caer cruzados en el filo y sujetando el palillo oteaba el periódico grasiento que alguien había dejado en la esquina por enfado con las páginas deportivas, se subía los pantalones y miraba el vaso aburrido, esperando a que las respuestas a mil preocupaciones y alegrías salieran del líquido rojizo y todo fuera como antes…pero como antes de un momento que no era capaz de precisar por lo que miraba su vaso descubriendo por los surcos de su bigote en el borde del mismo sus recuerdos.

Él sabía que su Mari Carmen no sería feliz con ese hombre…estaría bien porque tendría comida, niños, alguien con quien morir y que la protegiese…pero estos dos no se querían; se excitaban, follaban y echaban gemidos como los carneros chiquininos…pero no se querían…y así no llegarían a ser felices…serían desgraciados y se harían la vida imposible el uno al otro, se echarían en cara cosas que ni eran verdad y las buscarían en los recuerdos inventados donde sólo hay lágrimas, deseos nunca cumplidos, amargamientos y frustraciones…y se odiarían…y se lo enseñarían a sus hijos…y todo se repetiría…

Él lo sabía bien porque el odió a su Petra…y lo peor es que él sabía que la odiaba no porque también ella lo odiara sino por todo lo contrario…porque ella lo quería y nunca discutían, porque ella hacía todo lo que él quería, porque sus amigos le gritaban que con Petra sí que vivía como un marqués, que ella era lo que todos querían…y él la odiaba por ser así porque en realidad se odiaba a sí mismo.

Tenía miedo a dejarse amar y no se dejó querer…no se dejó…y ahora no tenía ni pajolera idea de cómo se hacía para querer…ahora se arrepentía…porque fue antesdeayer cuando se dio cuenta que su hija iba a vivir lo mismo…

"Carmelo...que...le he pedido a Mari Carmen que nos casemos…”

“mecagoenlamá…dame un cigarro,anda…”