Calor.
Calor por el sol.
Calor por las mediodías
de gazpacho y picadillo de tomate.
Calor por las calles
asfaltadas, saltando para no pisar las rayas del acerado y para buscar las
benditas sombras de los árboles.
Calor por arrastrarme entre tormentas de verano.
Calor por las fachadas acaloradas y coloreadas.
Calor por y al picar tu timbre, en todos los sentidos.
Calor porque te aproximas
y mis bajos se humedecen.
Calor porque te imagino
fregando los platos y yo aproximándome por detrás.
Calor porque el martes
quiero abrazarte.
Calor porque entro en
combustión espontánea cada vez que me rozas.
Calor porque no sé si es
tu mirar o mi sentir.
Calor porque rezo con la
boquita cerrá para no caer.
Calor porque confío y no
sé cómo.
Calor porque no sé qué
quieres.
Calor por los pitillos
mal apagados y los polos de hielo.
Calor porque tengo la
piel demasiado blanca.
Calor porque duermo con
la ventana abierta.
Calor porque no tengo aire
acondicionado.
Calor porque mis muslos
se rozan al andar.
Calor porque huele la
calle a verano y a tortilla francesa.
Calor por el patio “envergelado”
y el riego nocturno.
Calor por la noche.
Calor.
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