Todas las tardes se sienta en ese banco.
Todas las tardes se fuma un cigarro a lo
Humphrey Bogart.
Todas las tardes ata al perrino en la
pata del banco y éste se tumba como gato persa que no es.
Todas las tardes se echa para atrás apoyando
el brazo izquierdo sobre el respaldo. Su gesto es rutinario y casi mecánico y
parece que busca extrañamente el espacio y el cuerpo de alguien. Su mano queda
colgante cual casa cuencana buscando el hombro de laqueyanoestá. El peso que
acompaña el gesto está medido y deja que se airee el costado izquierdo que está
colmado de ostias, abrazos y años.
Todas las tardes oscila su cuerpo curtío y
se balancea como quien se quiere dormir y no puede, como quien se sabe cansado
y se deja llevar por esa modorrera que producen el hartazgo y desasosiego que
tenemos desde que sale barba, viene la regla y somos capaces de recordar cuándo
hacemos bien o mal. Acompasa su cuerpo y se mueve asintiendo con él como quien
se adapta al hecho de que para los problemas enquistados no habrá soluciones. No las habrá porque
está tan cansado que ni las busca en las alacenas ni en los cajones de la
mesilla de Merkamueble.
Todas las tardes se queda mirando el
maizal de enfrente o los coches que pasan con los ojos medio cerrainos. Sumergido
en esa especie de levitación en la que entras cuando el desasosiego peliculero
de tus problemas te acoge en su pecho y te dejas llevar por el latido-metrónomo
de su corazón. Por cobardía, por desesperanza, porque es la hora de la siesta y
por osmosis tienes la misma temperatura que en las calles de tu pueblo en
verano, por lo que sea…te dejas llevar por los problemas porque ya no tienes
edad para pedirle a tu santamadre que te dé las soluciones. Sin embargo, tienes las
mismas jodidas ganas de llorar y repetir “porqué, porqué, porqué a mi” que
cuando tenías 10 años.
Todas las tardes se promete que “ya está
bien, hombre”, que no se puede poner “mohíno como un perrino chico destetado”.
Entonces, se acuerda de su pasado, de sus recuerdos, de los buenos, de su
mujer, de las otras, de sus amores, de sus sexos, de sus chatos, de los
chistes, de las caídas, de sus hijos y el orgullo de tenerlos y criarlos, de
los viajes a la estación de “la Renfe” para que vieran los trenes y los
vencejos, de “un seis y un cuatro: la cara de tu retrato”, de los “abueloooo” con
cadencia de sus nietos, de las tardes de septiembre, de las tormentas de
verano, de las patatas revueltas, de los Reyes Magos y los regalos, de su boda,
de su padre, de su benditamadre, de su hermana la chica, de su amigo Doroteo,
de las “pastillas para la circulación y el jodio hígado”, de “la tortilla
francesa y melón” de las cenas de 1949 cuando vinieron sus primos, de los
abrazos, de los achuchones, de los jadeos, de los besos hormonados…
Todas las tardes, la bicicleta, la única
que acaricia sus bajos desde hace lustros, le toma las medidas de su sombra y
le lleva y le trae desde su casa hasta su banco. Es la única que le sostiene
con sus radios oxidados, la única que se ha convertido, por obra y gracia de la
crisis y sus cataratas, en su fiel, dulce y blanquino Platero.
Todas las tardes se sienta en ese banco y
ve la vida pasar durante 2 horas. Todas las tardes se levanta hincando las
manos en sus rodillas, como un luchador de sumo de las Vegas Bajas; desata a su
perro y lo sube a la caja de tomates que tiene incrustada en la bicicleta
juanramoniana. Todas las tardes se mete los bajos de los pantalones por sus
calcetines de hilo, posa sus bajos sobre la “rieju de los pobres” y emprende
camino a su casa…
Todas las tardes yo miro por la ventana al
maizal y a él.
1 comentario:
Todas las tardes seguro le encanta que le observes. Deberías darle la oportunidad de que lo supiera, o piensas que entonces dejaría de sentarse ahí?
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