viernes, 20 de febrero de 2009

Lisboa


El aíre del salón estaba lleno de humo de sol. Los fotones bailaban como patinadores sobre hielo agarrados de las motas de polvo que salían de los armarios y tapetes que abrazaban los sillones de skai. Sentada mirando la ventana, sentía que sus ojos hacían fuerza en los cristales opacos de refregones de otros tiempos para que los rayos de sol no entraran…rayos que se daban de bruces con el calor que fuera quemaba todo…
Sentada en su trona de marquesa observaba cómo pasaba el tiempo y los pájaros, cómo el tictac adormecedor del reloj del Banco lo inundaba todo al compás de una soleá con su respiración, cómo sus manos descansaban sobre el dobladillo de la falda nueva que cosía, cómo las fotos de sus sobrinos hacían peso en la cómoda queriéndola caer hacía delante con maldad infantil, cómo la tele, con un gorro de polvo pegajoso, permanecía encendida vomitando vidas ajenas.
Observó cómo se sentía de cansada de luchar toda la vida, cómo decidió no soportar a la gente y cómo echaba de menos la tranquilidad del camino planificado y “como siempre había sido”, observó cómo podía haberse casado, tener un esposo que le hubiera echado un polvo mecánico y jadeante, cómo habría parido hijos que hubiera querido y que le hubieran dado igual a la vez, cómo habría ido al mercado con paso cansado arrastrando un carro de la compra jarto de to igual que ella, cómo había recortado hasta el Mismísimo por cuadrar las cuentas de “la economía del hogar”, cómo se habría comprado un traje cuadrado para la boda de alguna de sus hijas, cómo habría hecho comida para toda su familia y cómo habría visto cómo la engullían sin preguntarse si habría llorado mientras la hacía…
Observó como había rechazado a un par de pichones que la habían cortejado y cómo su padre le dijo en el último momento que porqué coño nunca se casó… observó, con una sonrisa, la cara arrugá y dormida de Concepción dormida en el sofá con la media izquierda caída y su pierna blanca y con venas azules a estallar reluciendo en toda la habitación…y por fin pudo contestarla a su padre, sabiendo que era una fantasía de fé que lo escuchase:
“Ay, padre, yo no me caso con un hombre porque a mí eso que tienen ahí no me gusta…a mí me gusta Concepción…”
Y observó cómo los fotones seguían golpeando las ventanas por entrar en su casa…y como las motas de polvo se convertían en seres unicelulares que nadan a 2.000 metros de profundidad en los océanos…
Detrás de cada ventana hay mil historias…
aún espero, en un arrebato de vanidad, que alguien mira la mía...

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