martes, 29 de julio de 2008

El tio ese


Se pasaba las horas muertas sentado en el poyete del atrio de la Iglesia de la Virgen de la Soledad, con el sombreo de paja carcomido entre las manos ásperas y frías.
Su respiración, llena de aires de otros tiempos y pitidos del fumar, se acompasaba con el chillido interminable y decadente de los vencejos que surcaban el cielo azul ordenador.

Toda su vida había pasado con la extraña sensación de que todo lo había vivido, con una mezcla de melancolías que aporrean nuestra garganta cuando vemos u soñamos momentos que nunca pasarán…esa melancolía de lo no vivido…de lo perdido sin haberlo tenido nunca…

Él había dedicado la mayor parte de su vida a asesinar por encargo…era un trabajo cómodo y excitantemente indiferente para él, matar sin conocer a tu víctima y ni siquiera a tu propio verdugo, matar como si tuvieras un orgasmo, como después de un gran orgasmo, sin más…matar por el puro placer de apretar el gatillo, por el puro placer de sentir la quemazón de la pólvora en los ojos y en el interior de la nariz, matar por matar…

Las personas elegidas no eran nada impresionantes, ni importantes en el plano mediático, ni centro de atención de reuniones empresariales importantes…no…eran amas de casa que debían demasiado dinero en la tienda del barrio, hombre rudos a los que sus mujeres, en actitud servil y eficaz les habían comprado un par de camisas de Lozano y las habían devuelto por no ser de su agrado, jóvenes cuya paga no llegada nunca a ser ahorrada para pagar el tubo de escape nuevo de su coche-pene-intentodeseralguien tuneado…eran personas normales…pero importantes para el escaparate del odio y del rencor de otras personas normales…

Para él matar era un acto irreflexivo, rutinario, casi mecánico. Era como meterse en ese zumbido extraño que nos atrapa la cabeza cuando nos quedamos fijamente mirando un punto con los ojos entornados, sin pensar en nada, sin concentrarnos en nada, con el cerebro en stand by, como repitiendo el baile de las motas de polvo que fuera bailan street-dance y que en nuestro cerebro lo hacen con lírico…matar era algo cotidiano, no le daba dramatismo ni importancia…
El había vivido toda su vida matando…le daba igual que fuera una hormiga de naranjo, una ramera de primera calidad, un propietario de un bar, un jefe de cuadrilla de trabajadores de andamios, o una señora de pelo rubioteñido a medio cardar y camisetas que bordeaban lentamente sus lorzas calientes y suaves…

Pero ahora, después de ver pasar a miles de vencejos se dio cuenta de que hasta matar le aburría, de que pensar le cansaba, de que mirar y comprender le hastiaba…y se dio cuenta de que nunca había matado a nadie que se llamara Lola…y pensó en ella…y se dio cuenta de que matarla sí que no le había sido indiferente, ni usual, ni conocido, ni normal…le resultó tan excitante que se enamoró de sus ojos temblorosos…y se acordó de ése que todo lo olía y que nació debajo de un puesto de pescao y lo entendió todo…


Foto del genial, como siempre, blackorange eyes...www.fotolog.com/blackorange_eyes

1 comentario:

Antonio Norbano dijo...

Candela, me has dejado con la palabra en la boca y el corazón en un puño. No sabía yo de tu faceta literaria... Hace tiempo que no me emocionaba al leer algo, y esta vez me ha pasado con cada una de las historias. Por favor, sigue escribiendo.

ANTONIO

p.d.: sin parangón